Cuando me topé
con Dreamtime en la tienda de discos
no me acababa de creer que fuesen los mismos The Cult que yo conocía. Ni el logo del grupo, ni la insulsa
portada, ni las fotos de la contraportada (más cercanas a un grupo new wave que a una banda de rock) me cuadraban con la imagen que yo
tenía de los británicos. Ni que decir tiene que, cuando lo pinché por primera
vez, me chocó ese sonido tan poco eléctrico y esos temas más cercanos al gothic rock que a los himnos de estadio
de Sonic Temple. Si no llega a ser
por la inconfundible y potente voz de Astbury
hubiese asegurado que esos no eran mis Cult.
Pero cuando te adentras en la maravillosa discografía de The Cult descubres que no puedes medir todos sus discos por el
mismo rasero.
Dreamtime no es uno de aquellos discos de debut
espectaculares. Más bien es un disco debut un tanto discreto, con una joven
banda que aún busca su marca personal, su propio sonido. Aquí el grupo aún acarrea
los sonidos post punk y gothic rock de sus anteriores proyectos (Theater
Of Hate, Death Cult) y apenas se
atisba algún retazo del hard rock que
practicarían en futuros discos.
El misticismo, la
espiritualidad y la lucha de las etnias indígenas americanas oprimidas inundan la mayoría de letras del
disco (y las de muchas de las siguientes obras del grupo). Y es que el joven Astbury quedó fuertemente marcado por
la cultura nativa de los indios tras pasarse algunos años viviendo cerca de una
reserva indígena del Canadá.
De hecho toda
esta cultura indígena ha influido, no sólo en la gran mayoría de canciones de
la banda, sino también la estética de Astbury,
más cercana a veces a la de un amerindio que a la de un rock star.
La enérgica Horse Nation abre el disco de manera
vivida y directa. En ella Astbury
nos narra los forzosos desplazamientos y guerras que sufrieron los indios
americanos de diferentes etnias por parte del gobierno federal de los Estados
Unidos de América. Junto a Dreamtime,
la icónica Go West y Gimmick forman la traida más rockera del disco.
La fantástica Spiritwalker hace referencia al chamanismo que tanto gusta a Astbury. Ésta y Go West son dos de mis temas preferidos de The Cult y ambos aguantaron muchos años en los directos de la banda.
La guitarra de Duffy se pasea por los temas con
sutiles arpegios atiborrados de delay,
haciendo de ese sonido su propia marca. Lejos quedan aún los riffs salvajes y los solos zeppelianos de futuras entregas.
Salvando (y mucho) las distancias el sonido de guitarra de Billy Duffy en este disco, y en el siguiente Love, siempre me ha recordado al sonido de The Edge de U2.
Es precisamente la
guitarra de Duffy (dramática,
minimalista y oscura) junto a la
apasionada voz de Astbury y a la
percusiva sección rítmica (a cargo de Jamie
Stewart al bajo y de Nigel Preston
a la batería) los que marcan el tono gótico-tribal de todo el disco. Buenos
ejemplos de ello son 83rd Dream, Rider In the Snow o A Flower In The Desert (revisión del Flower In The Forest de los seminales Southern Death Cult).
La bella y
enigmática Bad Medicine Waltz cierra
un disco que, una vez superado el primer contacto y alejándose de absurdas
comparaciones con discos posteriores, acaba por atraparte escucha tras escucha.
Eso sí, lo mejor aún estaba por llegar.
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