miércoles, 28 de marzo de 2018

Wedge - 26/03/2018 - Sala Rocksound, Barcelona







Actualmente hay muchos grupos que se han subido al carro de volver a los sonidos retro-rock, un revival setentero donde priman las sonoridades más básicas. Como siempre hay que saber discernir entre aquellas bandas que son pura pose de aquellas que son realmente auténticas, con buenos temas y directos potentes. Los berlineses Wedge se engloban dentro de esta última categoría.










Con su segundo disco, Killing Tongue, recién publicado Red Sun traía de nuevo a Wedge a la mítica sala Rocksound, donde ya habían estado presentando su primer disco (Wedge) tres años antes con muy buenas críticas.


Los tres componentes de Wedge, fuera del escenario, son tipos sencillos y muy tranquilos…pero en el momento que ponen un pie sobre las tablas toda esa aparente calma se transforma en pura energía. Sin rodeos y con un temazo como Killing Tongue dieron inicio a un viaje de más de hora y media por sonoridades setenteras, con el pedal wha-wha de Kiryk Drewinsky y los omnipresentes teclados de David Gótz como protagonistas absolutos. 

De nuevo tengo el placer de encontrarme frente a un joven power trio, la fórmula básica del rock, cuyos temas en directo ganan en profundidad y contundencia. Gran parte del repertorio lo basaron en el disco que venían presentando cuyos temas fueron muy bien recibidos por el escaso, aunque entregado, público allí presente. Así temas como Nuthin,Tired Eyes y Who Am I (esa guitarra es puro Black Sabbath, que gozada!!) fueron coreados y bailados con efusividad entre las primeras filas. Ecos de Ten Years After, Uriah Heep, Deep Purple o Led Zeppelin sobrevolaban cada uno de los temas que sonaban. Influencias muy bien fagocitadas que se reconocen, pero que no le restan un ápice de personalidad y frescura al resultado final.
También sonaron temas del primer disco, mucho más garajero que este último, como el medio tiempo lleno de feeling Makeyerselfree o la hard-rockera ‘61SG, que es toda una oda a esta mítica Gibson, modelo que suele tocar siempre Kiryk, como bien demostró durante todo el concierto.


Con la genial Lucid hicieron el intento de despedirse, pero continuaron con los bises sin el innecesario y absurdo paripé de hacer esperar a la gente. Así que, casi sin respiro, nos noquearon, literalmente, con un par de temas más alargando High Head Woman hasta casi 20 minutos de éxtasis colectivo. En esta recta final caímos realmente rendidos y poseídos por la extenuante guitarra de Kirky (que acabó con una cuerda rota), los mágicos teclados y contundente bajo de David y la estoica demostración de Holger Grosser tras los parches. La cosa acabó con una banda que se vació en el escenario (y sudó la camiseta, literalmente) y en catarsis colectiva…y, a pesar de todo, aún nos quedamos con ganas de más. Esperamos verles de nuevo en un futuro con nuevos temas y con más asistencia de público. Sin duda se lo merecen.


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