Actualmente hay
muchos grupos que se han subido al carro de volver a los sonidos retro-rock, un
revival setentero donde priman las
sonoridades más básicas. Como siempre hay que saber discernir entre aquellas
bandas que son pura pose de aquellas que son realmente auténticas, con buenos
temas y directos potentes. Los berlineses Wedge
se engloban dentro de esta última categoría.
Los tres
componentes de Wedge, fuera del
escenario, son tipos sencillos y muy tranquilos…pero en el momento que ponen un
pie sobre las tablas toda esa aparente calma se transforma en pura energía. Sin
rodeos y con un temazo como Killing
Tongue dieron inicio a un viaje de más de hora y media por sonoridades
setenteras, con el pedal wha-wha de Kiryk Drewinsky y los omnipresentes
teclados de David Gótz como
protagonistas absolutos.

También sonaron
temas del primer disco, mucho más garajero
que este último, como el medio tiempo lleno de feeling Makeyerselfree o
la hard-rockera ‘61SG, que es toda una oda a esta mítica Gibson, modelo que suele tocar siempre Kiryk, como bien demostró durante todo el concierto.
Con la genial Lucid hicieron el intento de despedirse,
pero continuaron con los bises sin el innecesario y absurdo paripé de hacer
esperar a la gente. Así que, casi sin respiro, nos noquearon, literalmente, con
un par de temas más alargando High Head
Woman hasta casi 20 minutos de éxtasis colectivo. En esta recta final caímos
realmente rendidos y poseídos por la extenuante guitarra de Kirky (que acabó con una cuerda rota), los mágicos teclados y
contundente bajo de David y la estoica
demostración de Holger Grosser tras
los parches. La
cosa acabó con una banda que se vació en el escenario (y sudó la camiseta,
literalmente) y en catarsis colectiva…y, a pesar de todo, aún nos quedamos con
ganas de más. Esperamos verles de nuevo en un futuro con nuevos temas y con más
asistencia de público. Sin duda se lo merecen.
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